martes, 11 de enero de 2011

Una familia denuncia el primer supuesto robo de un bebé del hospital Manuel Lois


Visitaron la tumba de su hijo, en el cementerio de Huelva, en contadas ocasiones aquella primavera de 1977. Dolía demasiado. José Rodríguez y Manuela Romero decidieron retomar sus vidas tras la repentina e inexplicable muerte de su segundo vástago, apenas unas horas después de que Francisco Javier, así lo llamaron, se presentara en este mundo. Era el día del padre (19 de marzo).

El año pasado, a José le dio un vuelco el corazón, casi de la misma intensidad al golpe que sufrió hace la friolera de 34 años, cuando perdió a su hijo sin entender la razón. Ahora, tres décadas después, la televisión le ponía delante varios casos, salpicados de Sur a Norte por el país, de robos de niños en los mismos hospitales en los que habían nacido. "Siempre pensé que algo pasó, pero eran otros tiempos...", se lamenta.

A fecha de hoy, José Rodríguez es el miembro 266 de la Asociación Anadir, dedicada a investigar y a denunciar adopciones irregulares, con casi 400 expedientes vivos en estos momentos. El matrimonio Rodríguez Romero ha puesto en manos del abogado Isaac Maestre la denuncia por el supuesto robo de su bebé y se sumará a la colectiva que presentarán todos los afectados a la vuelta de dos semanas. Anadir tiene registrados otros siete casos en la provincia onubense.

Manuela parió en el desaparecido Manuel Lois (la Residencia, se le llamaba entonces) sobre las 23:15 del 19 de marzo de 1977. Lo recuerdan los padres y así lo señala el Registro Civil (el nacimiento y la muerte de Francisco Javier se inscribieron el mismo día).

"Lo vi a través de un cristal". Fue "la primera y la única vez" que José vio al bebé, que pasó toda la noche junto a su madre, mientras él estuvo en una especie de sala de espera. A la mañana siguiente, una enfermera se llevó al niño para hacerle unas pruebas, según comunicó a la madre, que ya no volvería a verlo más.

Pasadas dos o tres horas, según el relato de la familia, se personó el médico en la habitación y comunicó a la recién parida que su hijo había muerto a consecuencia de "una conmoción cerebral". Esa fue la explicación que el sanitario dio de palabra y que se contradice con el certificado de defunción, en el que se recoge una insuficiencia cardiorespiratoria como causa de la muerte, afirma el padre. No hubo más explicaciones.

Dos días después, mientras el matrimonio esperaba el certificado para poder ir al Registro Civil, el médico lo hizo llamar al despacho -en la estancia había también otro hombre y una monja- para pedirle autorización por escrito para hacerle una prueba al cuerpo sin vida del bebé. José se negó en rotundo.

Un conserje le indicó posteriormente que fuera al depósito si quería ver el cadáver: el coche fúnebre que iba a trasladarlo al cementerio estaba a punto de llegar. El hombre que conducía el vehículo entró con un pequeño ataúd mientras el conserje sacó de la zona del depósito una tela "muy bien cosida y cerrada" que supuestamente tapaba al niño. "No llegué a verlo y por mucho que lo pedí, se me negó", afirma el padre. "Ahora sé -agrega- que en aquella tela que me enseñaron no estaba mi hijo".

El pequeño cuerpo recibió supuestamente sepultura en el cementerio de Huelva: el ataúd se cubrió de tierra, nunca llegó a tener lápida. "Lo enterraron delante de mi y de dos de mis hermanos", indica el padre, para abundar en la lista de contradicciones que ha observado en los documentos oficiales. En el certificado ponía que tenía que ser enterrado en Ayamonte, donde reside la familia.

Después de aquellas primeras visitas al Camposanto, fue la abuela del pequeño la que tomó el relevo a José y Manuela en las visitas al cementerio. Pasados algunos meses del entierro, el ataúd de Francisco Javier desapareció y en el lugar que ocupaba se enterró a otra persona. En el libro de exhumaciones del cementerio municipal no consta la de aquel niño que nació y murió en menos de 24 horas.

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