domingo, 9 de agosto de 2009

La noche se venga de «Los Miami»


CRUZ MORCILLO | MADRID
Dicen que en los últimos ocho meses Juan Carlos Peña Enano, artífice y alma mater de «los Miami», había vivido en cinco lugares distintos de España. El pasado día 24 la Policía lo esperaba en la puerta del chalé de alquiler de Navacerrada en el que iba a celebrar el cumpleaños de su hijo. Desde abril de 2005 intentaban echarle el guante sin éxito. Se creía que se había refugiado en Colombia para evitar que la Audiencia Nacional le juzgara por un alijo de 70 kilos de cocaína, pero al final parece que ha estado oculto en Brasil. Sólo lo parece, porque casi todo lo que rodea a Juan Carlos son verdades a medias, leyendas nacidas a base de palabras de confidentes o enemigos.
Nunca una marca delincuencial dio tanto de sí y nunca le salieron tantos imitadores, herederos y usurpadores. «Cualquier matón de discoteca que aspire a tener un cierto lustre en la noche madrileña te suelta que es un «miami». La marca vende y ese mundo tiene mucho de eslogan publicitario», resume un policía experto en crimen organizado. «No existen, están liquidados, al menos los miembros originales. Alguno sigue trabajando -los que no están muertos o huidos-, pero por su cuenta y a otro nivel».
Incluso la inefable Ana Obregón hablaba de ellos con soltura como recurso para vengarse de un presentador de televisión. Juan Carlos, con su mito de tener más vidas que un gato, ya está en prisión, un lugar que casi no ha frecuentado pese al historial delictivo que se le achaca. Su antiguo amigo y socio fundador, Álvaro López Tardón -que fue novio de Malena Gracia- está en libertad después de ser indultado por el Gobierno el año pasado. Tiene un negocio legal de coches y se ha aficionado a la santería. Sobre el papel está limpio. La enemistad que se fraguó entre ellos, asegura la leyenda, ha dejado un reguero de cadáveres de colaboradores de ambos en la última década. Lejos quedan los noventa, cuando Juan Carlos y Álvaro empezaron a traer fastuosos Chevrolet Corvette desde Miami (de ahí el apodo) y a ampliar poco después el negocio con la importación de pastillas de MDMA desde Holanda para surtir los ambientes nocturnos madrileños.
Durante unos años disputan el control de las «puertas» de la capital a otras bandas y ganan. Franqueado el paso, ya tenían barra libre para vender pastillas y cocaína y cumplir encargos con eficacia: palizas, extorsiones, cobro de deudas e incluso algún secuestro. Siempre o casi con impunidad, sin denuncia ni víctima que abriera la boca, rodeados de gente muy joven reclutada en los gimnasios de Madrid, Móstoles y Leganés. «Los Miami» se hacen de oro. En 2001, el abogado y testaferro del grupo, Rafael Gutiérrez Cobeño, es detenido en Suiza con la mujer de Juan Carlos -Fe Castrillo- tras sacar de un banco 170 millones, una cifra que da idea de las cantidades manejadas.
La guerra por el control
Pero en 2003 comienza la guerra. López Tardón quiere independizarse y Peña Enano no consiente. Poco después, tras una reunión entre ambos, Juan Carlos Peña sufre un accidente de moto en el que pierde una pierna. Su versión era que Artemio, hermano de su socio Álvaro, había provocado el siniestro cumpliendo órdenes. Otra leyenda nunca confirmada.
Las «vendettas» al más puro estilo mafioso se suceden. Artemio López Tardón es secuestrado en Madrid, le disparan en las piernas y lo abandonan desnudo en la calle; a su hermano Álvaro le lanzan un cóctel molotov dentro de su coche; Juan Carlos Peña salva la vida de milagro tras ser tiroteado por un sicario en un semáforo a plena luz del día cuando conducía su Porsche negro. Era diciembre de 2004 y, tras recuperarse, el jefe de «Los Miami» decidió poner tierra de por medio y refugiarse al otro lado del Atlántico, donde tenía buenas amistades con colombianos, fraguadas al calor de la cocaína. Las pocas veces que se le vio antes de huir apareció rodeado de una guardia pretoriana de búlgaros y rumanos que le hacían las veces de guardaespaldas. Algunos de ellos se quedaron al cuidado del negocio.
Su hermano Iván Peña, otro duro del grupo, había muerto poco antes en un accidente de coche tras cumplir condena por asesinar a un hombre en un pub. La misma suerte corrió Javier Acero, otro histórico «miami». Un mes antes del atentado que sufrió Juan Carlos, el abogado de la banda Gutiérrez Cobeño fue asesinado a tiros en su coche frente al Retiro.
Poco a poco habían ido cayendo todos. Ellos y sus rivales. Antes del cisma en la cúpula, la sangre había corrido en los peldaños más bajos: en el año 2002 fueron acribillados a tiros Iván Llorente, en Motril (Granada) donde se había refugiado temiendo su asesinato, y Francisco Javier Manzanares, alias «el Manzas», tiroteado en el parque Coimbra de Madrid.
Tenían a sus espaldas secuestros, agresiones y palizas. Los dos empezaron como porteros y ganaron puestos a medida que aumentaba su violencia. Ambos eran jefes de seguridad de la banda de Ángel Suárez, alias «Casper», el correoso butronero artífice del robo de obras de arte de Esther Koplowitz. La lista de muertos es más amplia, pero todas las imputaciones están en el aire, forman parte de la leyenda. El imperio del miedo y la extorsión al calor de la noche no ha terminado.

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