domingo, 31 de enero de 2010
España nunca falla
Kike pelea un balón con el portugués Goncalo Alves. - AFP
ÁNGEL LUIS MENÉNDEZ - 30/01/2010 22:18
La selección española de fútbol sala se proclamó campeona de Europa por quinta vez, la tercera consecutiva, con la misma solvencia y naturalidad con la que exhibe su juego preciso y espectacular. Sufrió levemente en el tramo final, pero rubricó el esperado título y ya mira hacia nuevas metas.
El éxito de España es el triunfo de la excelencia continuada y sin artificio. La victoria de un grupo y del deporte que representa por la vía del esfuerzo, la modestia y la calidad sudada sobre parqués de todos los pelajes y colores. El apabullante dominio mundial que ejerce el combinado español, únicamente cuestionado por Brasil -talento puro, masivo e incontenible-, merece un monumento y una minuciosa y extensa tesis que debería ser manual de obligado seguimiento.
El aficionado disfruta cuando se acerca, la mayoría de las veces de forma tangencial, al juego total de España, pero son pocos los que profundizan hasta darse cuenta de que estamos ante un grupo de deportistas inigualable. Aunque se perpetuasen los títulos, algo difícil por la lógica evolución que ya se está produciendo en otros países, la selección española de principios del siglo XXI quedará para siempre como la formación que sentó las bases del fútbol sala moderno.
Actitud de campeón
La España de Venancio recitó la enésima lección sobre cómo afrontar una final. En realidad, la grandeza del combinado rojo reside en su capacidad para encarar cada partido con idéntica actitud. La selección dibuja en cada cancha un esquema perfecto. Asfixiante en la presión y dúctil como pocos en los movimientos de repliegue y ataque. Todo ello coronado, por supuesto, con zarpazos de calidad suprema que destrozan al más pintado.
Portugal, conocedor del poderío español, decidió adueñarse del balón. "Si lo tenemos nosotros no lo tiene ellos", simplificaron. La estrategia se tornó falacia desde que las combinaciones lusas se convirtieron en inocuos pases horizontales a ninguna parte. España, paciente -otra virtud-, les dejó hacer durante tres minutos, hasta que se acomodó del todo, y luego decidió tomar el mando.
Ortiz, designado por el propio Kike como su heredero en la posición fundamental de cierre, desbrozó el camino al rematar una jugada preciosa. Y, para preciso, el segundo tanto, obra maestra de Javi Rodríguez. El capitán, de espalda a la portería, ejecutó un taconazo que se coló entre las piernas de un defensa y batió a Bebé, el mejor de los portugueses.
Portugal no bajó los brazos ni cuando Lin anotó el 0-3. Y hay que darles el mérito que se merecen por el esfuerzo final, cuando encerraron a España, llegaron a asustarla con el 2-3 y sólo la solvencia de Luis Amado y la inteligencia de Daniel para estar en el lugar adecuado evitaron la sorpresa. España es infalible.
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