martes, 16 de junio de 2009

Mormones, vendedores divinos

ANNA GRAU | NUEVA YORK
Lo que no se vea con la crisis... Desde que en Estados Unidos las vacas enflaquecieron y el paro se disparó se ha multiplicado el número de personas que intentan ganarse la vida vendiendo productos puerta a puerta. Es un trabajo durísimo para el que no vale todo el mundo. Pero una empresa de Utah ha tenido una idea rompedora para adelantarse a la competencia: como vendedores recluta mormones. Capaces de insistir hasta la saciedad. Inasequibles al desaliento y al mayor de los rechazos.
Eso es lo que hace Pinnacle Security, una compañía de sistemas de seguridad doméstica fundada en 2001 en Utah -el Estado mormón por excelencia- por un ex alumno de la Brigham Young University, la universidad mormona. Pero no es un tema de nacionalismo sino de saber lo que vale un peine y cuánto cuesta venderlo.
El vendedor ideal
Pinnacle Security tiene 1.800 vendedores desplegados en 75 ciudades de todo el país, y dos terceras partes, por lo menos, son mormones que pasaron el preceptivo período en las misiones que su religión impone a todos los hombres jóvenes.
La filosofía es clara: un mormón que ha sido misionero es un viajante comercial ideal. Es tenaz, nunca se cansa de intentar persuadir, está acostumbrado a que le cierren la puerta en las narices y a esperar que se la vuelvan a abrir con la más encantadora de sus sonrisas. Muchas veces habla idiomas -en las misiones se aprenden- y tiene más psicología de masas que el norteamericano medio.
Por ejemplo, el rotativo «The New York Times» se interesaba por la historia de Matt Romero, de 24 años. Aparte de inglés habla español muy bien -su apostolado fue en Perú- y como comercial patrulla el mítico «South Side» de Chicago, allá de donde está de moda ser ahora, si uno quiere presumir de orígenes humildes (es el barrio de Michelle Obama, de Suze Orman, etc).
Romero y sus congéneres reciben formación específica para hacer lo que hacen. Les enseñan trucos como el control del lenguaje corporal. Cuando se abre la puerta, evitar quedarse «demasiado» fuera pero también meter el pie dentro de un modo que parezca un ataque.
La filosofía es clara: un mormón que ha sido misionero es un viajante comercial ideal
Mirar a los ojos pero no en plan interrogador de la CIA. Fijarse en qué gestos adopta el «cliente» -si cruza los brazos sobre el pecho, si se sopla el flequillo- y tratar de imitarlos, algo que al parecer hace milagros para romper el hielo.
Pero todo este «training», como gustan de llamarlo en América incluso los hispanohablantes, no es nada comparado con la experiencia acumulada en las misiones mormonas. Allí sí que se ve y se aprende de todo. Por ejemplo qué hacer si tú vas a vender productos de Pinnacle y la señora que abre la puerta te pregunta si crees en Dios. Lo cual en este contexto se parece mucho a que se junten el hambre con las ganas de comer.
Tenacidad y religión
No es necesario para un mormón desechar su fe para meterse a viajante de Pinnacle o de una empresa afín: trabajan seis días a la semana, es decir, que aún les queda uno para ir al templo o incluso para ir a picar puertas gratis. A menudo Dios es menos exigente que el César. Cuando están trabajando no es raro que sus jefes les dejen en medio de la calle de una urbanización sin paraguas bajo la lluvia y sin acceso durante horas a un cuarto de baño a no ser que consigan ser admitidos en una casa. Así lo manda el mercado.

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