domingo, 25 de octubre de 2009
De delincuentes a santos
Jaime López | Caracas
Actualizado sábado 24/10/2009 20:15 horas
‘La Cárcel’ es una vieja canción de salsa brava que acompaña los ritos esotéricos de Melvin: La cárcel es como la muerte / y por eso la maldigo / sólo mi madre me comprende a mí / Desde la cárcel te escribo, querida madre del alma / desde la cárcel te escribo… resuena en un viejo radiocasete, mientras apura su puro y bebe un sorbo de licor.
Melvin González balbucea frases entrecortadas y sin sentido sobre ‘Ismael’, un antiguo delincuente al que adora frente a su tumba. Para invocar su espíritu, hace la señal de la cruz con el puño repetidas veces sobre su lápida. Espera. Otra calada y otro sorbo de licor.
Junto al sepulcro de Ismael, yacen los restos de otros ‘santos malandros’ (en la jerga venezolana ‘malandro’ significa delincuente). Aunque sus tumbas no son tan concurridas ni veneradas por sus seguidores. Muchas están sin lápida ni identificación. El caótico Cementerio del Sur, situado al suroeste de la capital, es el punto de encuentro de este nuevo culto.
Rodeados de vendedores de orquídeas azules, brebajes y colonias, cientos de venezolanos visitan sus tumbas para pedir ayuda a estos delincuentes canonizados como santos en el imaginario popular. Padres y madres les invocan para tratar de sacar a sus hijos de la droga y la violencia, mientras que los más jóvenes quieren protección en sus “marramucios” o “culebras”; riñas y ajustes de cuentas.
Nelson Garrido, artista y antropólogo que ha trabajado en distintas exposiciones este nuevo rito, explica que estos ‘santos malandros’ fueron gente pobre de las barriadas de Caracas en la década de los 70, que se convirtieron en una especie de Robin Hood con sus vecinos.
“Ellos cometían muchos delitos, pero respetaban ciertos códigos de honor”, señala Garrido. Los ‘santos malandros’ nunca cometían fechorías en su barrio. Sólo robaban en las zonas ricas. No denunciaban a otras personas, ni cometían delitos sexuales ni violaciones. Eso estaba totalmente prohibido. “En vida hicieron mucho daño, aunque era por causas más o menos nobles”, argumento.
Johny
Johny
El culto a Ismael
Ismael, el primer delincuente venezolano que pasó el juicio de San Pedro, se hizo famoso en su barrio natal por saquear un camión repleto de harina de maíz y repartirla entre sus vecinos más pobres. En algunas de las tiendas de esoterismo de Caracas, dicen que Ismael Urdaneta falleció el 2 de junio de 1963, “quebrado” de un tiro en la espalda por la policía.
“Era la época del disparen primero, y pregunten después”, resume un comerciante de estatuas de la Avenida Baralt, rodeado de pócimas milagrosas, estatuas y velas. Otro de los espacios emblemáticos de la corte malandra es el callejón Eduvigis de la zona 7 de Petare, una enorme barriada situada al este de la ciudad.
Este sitio, también conocido como “la calle de los brujos”, es un lugar de encuentro para devotos de la corte. Cuentas los santeros que en la calle La Paz, dentro del maltratado casco colonial de Petare, se puede ver el fantasma de Ismael por la noche, caminando con un puro en la boca y un revólver 38 milímetros en la mano.
Daisy Barreto, antropóloga de la Universidad Central con más de 23 años de investigación en el tema, precisa que las primeras estatuas de los ‘santos malandros’ aparecen en la década de los 90, cuando estos nuevos espíritus se asocian al culto venezolano de la reina María Lionza
‘Religiones a la carta’
“Vivimos un periodo de ‘religiones a la carta’. El rito mariolencero es una religión muy plástica y poco sectaria, que acepta otros cultos. Al igual que incorporó la santería, ha integrado en los últimos años esta especie de santos delincuentes”, agregó Barreto.
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Todos estos ritos son similares a los de la Santería cubana, el Candomblé o Santo Daimé de Brasil, donde las raíces aborígenes e influencias africanas, europeas y Católicas se entremezclan en ceremonias espirituales. En los iconos religiosos venezolanos, María Lionza aparece representada sobre la loma de una danta (tapir), con las manos en alto sujetando una pelvis humana, símbolo de la fertilidad.
Los pies del animal aplastan serpientes y culebras, que representan el egoísmo y la envidia. Con el paso de los años, los devotos añadieron un sinfín de leyendas sobre la vida y muerte de estos delincuentes, en un rito que constantemente mezcla la realidad, la ficción y la brujería.
Sus devotos son, en su mayoría, los excluidos de la sociedad. Los llamados desheredados del petróleo. Como viven rodeados de miseria, la delincuencia se convierte en una opción de vida. A los 14 años, dan sus primeros pasos dentro de la jerarquía de alguna banda. Y la primera prueba es matar a su primera persona. Su expectativa de vida no superará los cinco o seis años. Muchos no cumplirán los 20 años.
'Delincuencia en Caracas'
El auge del rito de los santos malandros está vinculado de manera directa a la delincuencia que azota el país desde las dos últimas décadas, sobre todo a partir del ‘Caracazo’ de 1989, cuando unas protestas contra un paquete económico desembocaron en violentos saqueos en la capital y en el resto del país.
El último estudio del Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV), una ONG especializada en este tema, situó la tasa de homicidios en 49 por cada 100.000 habitantes. Sólo en la capital, este indicador llega a 100 homicidios por cada 100.000 habitantes.
En la vecina Colombia por ejemplo, la cifra se sitúa en torno a 33 homicidios por cada 100.000 habitantes. El aumento de estas ‘religiones a la carta’ suponen un enorme desafió para la Iglesia Católica, opina por su parte el padre Rafael Troconis, un representante de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), experto en temas de brujería y santería.
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“El catolicismo ha experimentado una pérdida importante de fieles por la irrupción de este tipo de cultos y religiones alternativas. La gente más pobre busca ayuda apoyados en este razonamiento: ‘me apego a los orishas africanos o quién sea porque la religión Católica no ha podido solucionar mis problemas’”, dijo Troconis.
‘Souvenir’ para los turistas
La iconografía de los santos malandros ha permanecido casi invariable desde la aparición de las primeras estatuas en los 90, aunque en los últimos años su venta se extendió como la pólvora y adoptaron un estilo más moderno.
Una escultura de yeso, con la cara de un santo malandro llena de cicatrices, vestido con lentes oscuros, camisa y gorra de la NBA, cuesta cerca de 10 euros. Además van armados con pistolas y cuchillos que sobresalen del cinturón. En las tiendas de Quinta Crespo o en la avenida Baralt reconocen que son el souvenir preferido de los turistas que visitan la violenta Caracas. También se pueden comprar estampitas, collares y otros amuletos relacionados con los santos malandros.
'Delincuentes en vida, santos en la muerte'
Doce ‘santos malandros’ componen el altar principal de la corte. Aunque poco a poco, se van agregando más espíritus. El imaginario venezolano divide a los santos malandros en dos etapas: los 'viejos' –muertos en la década de los 50 y 60—y los de nuevo culto, fallecidos a partir de 1970.
Su iconografía, explica la antropóloga Daisy Barreto, poco tiene que ver con los delincuentes de la época, ya que desde el principio se asumieron los cánones estéticos de las bandas de delincuentes.
Los viejos:
Ismael: Es el primer delincuente canonizado en santo malandro. Originario del barrio Guarato de Caracas murió apuñalado en una pelea en la parroquia del 23 de enero. Los violentos barrios Lídice y Pinto Salinas también eran parte de su territorio. Se dice que era un ladrón inofensivo, noble que robaba bancos para repartir el botín entre los vecinos más necesitados. En varias ocasiones, amenazaba a los dueños de abastos y supermercados mientras los pobres saqueaban el local y huían cargados de alimentos. Sus devotos le piden protección.
El Ratón: Se dice que tiene poderes mágicos, inclusive hasta hacerse invisible, bordeando siempre un territorio entre la vida y la muerte en donde algunos espíritus parecen existir todavía. El Ratón aconseja a sus fieles en las riñas o ajustes de cuentas.
Los nuevos: Isabelita: “Porque la venganza no es dulce sino exquisita”, es la frase que repetía mientras mataba a su mejor amiga por acostarse con su novio. No se tiene seguridad sobre su verdadera procedencia, pero cuentan que era una “niña rica de papá y mamá”, que fue violada a los 12 años de edad y la perdieron la droga y las malas compañías. Se casó con un hombre negro, de Barlovento, estado Miranda, que le fue infiel. Por esa razón juró vengarse de todos los hombres. Es la mujer delincuente más conocida y venerada.
Tomasito: Al igual que San Esteban aparece en todas las iconografías cristianas con las piedras con las que fue dilapidado, Tomasito es representado con pistolas y marcas de balas. Murió de 132 tiros durante un intento frustrado de robo a un banco. Sus cómplices, que creía sus amigos, lo dejaron solo al llegar la policía. Sus seguidores le invocan antes de cometer alguna fechoría.
Jhonny: Muchacho de buena familia. Vivía en un apartamento que sus padres le compraron en el centro de la capital. Se dice que es el más pacífico de la corte. Sus restos están, supuestamente, en el Cementerio General del Sur, según reza la estampita con su nombre. Fue experto con los cuchillos. Famoso en la década de los sesenta, aparece representado con un atuendo al estilo hippie, cabello largo y lentes. Se encomienda a él para no caer en vicios ni en las drogas.
Elizabeth: Su estampilla reza: “De recia personalidad y esbelta figura, Elizabeth irradia dominio y poder. Invóquela en momentos difíciles y logrará un gran apoyo. Téngala con usted en algún lugar visible de su hogar. Ofréndele velas rojas”.
Otros santos son Petróleo Crudo, Miguelito, Pez Gordo, Luis Sánchez, Juan Hilario, Ramón, Freddy M (no se sabe si su apellido era Martínez o Machado), William, Yiyo, Jacobo, y Antonio, entre otros.
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