viernes, 18 de junio de 2010

Saramago, el hombre que paró todos sus relojes a la misma hora solo por amor


PAULA ARENAS. 18.06.2010

“¿Dónde está Pilar?”. Fue la primera pregunta que José Saramago hizo cuando -con motivo de la adaptación al cine de Ensayo sobre la ceguera- habló con 20 Minutos en una de las escasísimas entrevistas que concedió en los últimos años.

Pilar del Río, su traductora, su compañera, su mujer y la razón por la que el autor de los más acertados Ensayos con forma de novela (de la ceguera, de la lucidez...) paró todos los relojes que había en su casa. La hora: la misma en la que conoció a Pilar del Río.

El ya octogenario escritor portugués, militante del partido comunista durante parte de su vida (pero no por ello dejó de ser crítico con la izquierda), resultaba en persona tan inteligente, tan consecuente, tan crítico como uno lo imaginaba cuando lo leía. Incluso puede que más. Ni una palabra ni un gesto ni una forzada sonrisa ni un desacierto. Un intelectual que hasta el último momento defendió lo que creyó más justo y cuyo legado lo conforman obras como la que le dio el reconocimiento mayor: Memorial del convento.

Un intelectual que hasta el último momento defendió lo que creyó más justoDe todas las obras que escribió, era de la última que había escrito en aquel momento, El viaje del elefante, de la que más satisfecho se sentía el escritor portugués, que logró en 1998 el mayor de todos los reconocimientos: el Premio Nobel.

La razón, alejada de cualquier alambicamiento de malentendido intelectualismo y muy cercana a la humildad de los sabios y ya veteranos en esto de pelear por sobrevivir un día más: “Es la que más satisfacción me ha dado por haberla conseguido escribir. Como yo ya no soy joven cada obra que empiezo es un reto. Cada nuevo libro puede ser el último que escriba y sería horrible que mi último libro fuera malo”. De los anteriores, no dejó tacha: La balsa de piedra, Todos los nombres, El hombre duplicado, Las intermitencias de la muerte...

Obras como La caverna o El asesinato de Juan Reis o El otro o su última novela Caín o los ya citados Ensayos no responden precisamente a lo que hoy entendemos por obra fácil, rápida y por ende con éxito. Más bien todo lo contrario. Nunca ha dejado de sorprender que, dada la creencia general de que sólo lo fácil será masivo y esa cierta tendencia a lo superficial en que vivimos, sus obras hayan tenido tanto éxito.

No cambiaremos el mundo si antes no cambiamos nosotros de vidaNi él mismo, tan crítico con la superficialidad reinante y sabedor de lo poco fácil de sus letras, se lo explicaba. Aunque, eso sí, le dejaba el regusto dulce de saber que había logrado una de las quimeras de cualquier escritor: una carrera como autor.

Una carrera que comenzó tempranamente (con Tierra de pecado, en 1947), pero que tempranamente también abandonó durante nada menos que veinte años. Un abandono que, contó a 20 Minutos sin pensar mucho la respuesta, se explicaba porque no tenía nada que decir. Parece terriblemente irónico que justamente alguien como él pensara que no tenía nada que decir. Más de la mitad de las plumas tendrían entonces que haberse quedado sin tinta.

Uno de los últimos empeños de este hombre tranquilo y pausado por fuera, guerrero por dentro, en esa zona donde deberían librarse todas las guerras, tenía que ver con la necesidad de cambiar la vida. Porque, así lo explicó él: "No cambiaremos el mundo si antes no cambiamos nosotros de vida .¿Cómo esperamos que cambie la vida si nosotros no hacemos nada por ello?"

Y sus últimas letras, el último post de su blog, fueron para una de esas causas justas que siempre peleó: "El destino del juez Baltasar Garzón está en las manos del pueblo español, no de los malos jueces que un anónimo pintor portugués retrató en el siglo XV".

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