miércoles, 10 de noviembre de 2010

Así es América

Acabo de volver de un viaje por el sur de Estados Unidos. No he vivido nunca allí, pero he viajado por la mayoría de estados. Antes de volver a los temas habituales del blog, aprovecho el domingo para un post costumbrista. Así es América en diez puntos:

1. El coche es el rey. Las primeras veces que viajé por Estados Unidos iba en transporte publico. Es inútil. Sólo podía ir de ciudad en ciudad y ver los centros. No había modo de ir a pueblos o parques naturales. Estados Unidos se ha construido para el coche. Hay 842 coches por mil habitantes (el país europeo grande con más coches es Italia, con 571; en España, 479). El carné de conducir se utiliza como carné de identidad: todo el mundo tiene. Delante de muchas casas hay aparcados tres o cuatro coches. La mayoría de americanos vive en suburbios. Son barrios donde las tiendas están concentradas y las casas están esparcidas. Sólo algunas ciudades mantienen un centro con habitantes -Nueva York es el mejor ejemplo. En la mayoría hay sólo oficinas y por la noche están vacíos. Yo he estado un par de días en Atlanta y Dallas, en encuentros del Tea Party o los demócratas. No he pisado el centro en ninguna de las dos ciudades, sólo los suburbios (en la foto, Nueva Orleans). Para ir de una cita a otra, tenía 30 o 40 kilómetros de autopistas, sin salir de la ciudad. Para reducir las emisiones, algunas ciudades europeas se plantean reducir un porcentaje de tráfico. En Estados Unidos, la única alternativa es el coche eléctrico. Es imposible vivir sin coche.

2. La comida es la hamburguesa. Hace años un amigo cubano me decía: “La prueba de que Estados Unidos es un país de salvajes es que no tienen gastronomía”. No creo que por eso sean salvajes -son un país nuevo-, pero no tienen gastronomía. No sólo por la comida rápida. En la mayoría de restaurantes, domina la carne: hamburguesa u otra. Hay algunas alternativas: los restaurantes mexicanos o italianos o la cadena Subway, de bocadillos. Cerca de la autopista es difícil encontrar algo que no sea hamburguesas o pollo. No sé si es por la hamburguesa, los dulces o el coche -he estado 15 días sin andar; hasta en el motel se aparca en la puerta de la habitación-, pero el sobrepeso es un problema grave.

3. La religión se adapta. En Estados Unidos, hay un 1,2 por ciento de ateos, un 2,4 de agnósticos y un 6,3 por ciento que son “seculares sin afiliación religiosa” (que no sé qué es). El resto cree en Dios o algo parecido. La mayoría (51,3 por ciento) son protestantes. Son el único país desarrollado donde la religión es tan importante (quizá Brasil sea pronto otro). Pero su religión es distinta. Allí la relación con Dios es directa. La gente que se convierte lo hace porque “Dios se les aparece”. Para los protestantes, la creencia no está unificada. En la radio, oí un pastor decía que claro que el cristianismo está por los pobres -”hay que montar un sistema que les favorezca, no ayudarles directamente”- o por cuidar del medio ambiente -”Dios nos ha dado el mundo para que disfrutemos de él”, por tanto se puede extraer todo el petróleo sin mala conciencia. Con la Biblia en la mano, cualquier interpretación es buena; hasta se puede justificar la quema de Coranes. Da igual lo que diga el Papa.

4. El tamaño importa. Estados Unidos es un continente, como China. Para muchos chinos y americanos del interior, Pekín y Nueva York son otro mundo. En el norte de Texas, un electricista, James, me decía: “La mayoría de esta gente no ha salido nunca de aquí. No han ido ni a Nueva York”. Una mujer a su lado hacía que sí: “No he estado en ningún sitio, en ninguno”. Es una crítica común entre la gente de las costas. El alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, independiente, dijo ayer en Hong Kong: “La mayoría de estos congresistas que acaban de salir escogidos no tienen ni pasaporte”. Les resulta más fácil, por tanto, pensar en luchar contra chinos o iraníes. Son enemigos abstractos.

5. El sueño americano existe. El sueño americano dice que Estados Unidos es el país en que cualquiera puede llegar donde sea. No importa ni origen ni clase, sólo el esfuerzo y el talento. Hay montones de políticos que vienen de familias humildes: Obama, Boehner, Rubio. Hay más empresarios que empezaron sin que sus padres fueran de clase alta. El sueño es la ligera sensación de que si algo se hace bien, el mercado, el sistema acaba por recompensarlo. Esto implica que cada cual es dueño de sus actos y, por tanto, de su destino. En Europa creemos que las circunstancias cuentan más. Por ejemplo, allí quien es pobre lo es por responsabilidad suya, aquí porque la sociedad no le ha dado oportunidades. También por eso allí los donativos y la financiación de iniciativas culturales es casi siempre privada: si alguien quiere leer o ver algo, que lo pague. Aquí se confía en el dinero público.

6. El trabajo es de verdad. Ayer, en Barcelona, mientras desayunaba, la camarera contaba a una clienta que tenía que trabajar de 6 a 18h porque una compañera se había puesto enferma. La clienta le dijo: “Eso roza la esclavitud”. Días atrás, en un suburbio al norte de Atlanta, una camarera mexicana me contaba sus trabajos y amores. Eran las 22h y estaba a punto de irse a casa. A las 6h entraba a trabajar en otro sitio. Tenía dos trabajos tres días a la semana, otros dos sólo uno y descansaba otros dos. No se quejaba. Las vacaciones allí suelen ser de una semana o dos. Cuando los americanos ridiculizan a los franceses -sus europeos preferidos- dicen que es “el país donde hacen cinco semanas de vacaciones”. El trabajo allí es un honor; aquí, una obligación.

7. La cultura se valora. Las bibliotecas y las universidades americanas son extraordinarias. En cualquier pueblo minúsculo hay una biblioteca pública con un montón de revistas, libros y ordenadores. Yo he estado en muchas para usar su conexión a internet. Siempre que puedo, me quedo a dormir en ciudades o zonas donde haya un campus. Son lugares con una vitalidad increíble.

8. La inmigración y la raza aún cuentan. En ningún otro país del mundo hay gente de tantos colores. Los blancos han dejado de ser mayoría. Cada vez habrá menos. Estados Unidos es en parte un ejemplo de integración -si alguien viene a trabajar, es bienvenido-, pero también hay guetos (no sólo raciales). Eso no quieta que haya gente que teme por el alma de su país y cree que los extranjeros la diluyen. Yo lo he visto esta vez en algún grupo del Tea Party y los latinos. No es necesariamente racismo, sí la insistencia en que deben integrarse -adquirir lengua y costumbres- desde la primera generación. Con los negros, aún queda mucho.

9. Los liberales y los conservadores se separan. Es una de las diferencias más divertidas. Los liberales -los que suelen votar al partido demócrata- acostumbran a vivir en ciudades y en las costas. Los conservadores, en suburbios, zonas rurales y en el centro. Por supuesto, hay conservadores y liberales mezclados; uno de mis pasatiempos en Estados Unidos es adivinar la tendencia política de alguien sin hablar de política. Hay montones de detalles, aunque para resumir, los liberales piensan más como los europeos -son más socialdemócratas. Los conservadores son los típicos americanos. Entre ellos no se soportan: miran teles distintas, van a universidades distintas, comen distinto. Diría que la diferencia entre un extremo y otro es mayor que en Europa.

10. La prensa es mejor. No puedo dejar de hablar de periodismo. No sólo porque el New York Times sea mejor que El País, sino porque el Atlanta Journal Constitution, también. En parte es lógico, España no deja de ser como un estado americano importante: allí el mercado nacional son 300 millones, aquí 45 (en general, España no debería compararse con Estados Unidos, sino con por ejemplo Florida.) Los periódicos siempre llevan noticias originales. Cada día procuraba comprar el Times y el Wall Street Journal. Sólo podía leer la mitad (y eso que llevan menos cantidad de noticias que cualquier periódico español, pero son más elaboradas.) Las páginas de internet y los blogs acentúan sus cualidades. Si no fuera por la lengua, hace años que hubiera ido a trabajar allí.

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