lunes, 8 de noviembre de 2010

Burdeles fronterizos en China, cuando el pánico se convierte en rutina

La inhóspita habitación de paredes de cemento es la primera de una hilera situada en un oscuro callejón, detrás de un pequeño comercio que vende agua, té frío y muestras de champú. Dentro de su cuarto vacío, iluminado por un simple tubo fluorescente, la prostituta se sienta en una cama dura. Viste de color azul intenso y dorado, su pelo cae en cascada por la espalda y su rostro está pintado con esmero.

Tiene 19 años, y acepta hablar a cambio de no revelar su nombre. En otra vida, en otro lugar, podría ser una estudiante universitaria o una campesina. Aquí, en Ruili, es una prostituta que trabaja en una ciudad china en la frontera con Birmania plagada de drogas.

Llaman a la puerta. Es otra joven birmana. Entra y se saca rápidamente del sujetador un fajo de billetes que le entrega a su amiga. “Guárdalo”, le dice. “Los matones están ahí fuera esta noche buscando dinero”.

El pánico es su rutina.

Los matones nunca están lejos, y no existe nada parecido a la protección policial, reconocen. La joven prostituta esconde el dinero debajo de su camiseta y continúa hablando. Narra cómo cruzó la frontera y entró en China a los 16 años pensando que iba a trabajar como limpiadora. Sin embargo, la engañaron y acabó en la prostitución, trabajando en las calles. Con el tiempo consiguió mejorar sus condiciones porque es atractiva.

Ahora es una “mommy”, la que se encarga de manejar a las otras prostitutas birmanas del barrio. Todavía acepta un número limitado de clientes habituales, pero quiere de manera desesperada que se la vea como a alguien que se encarga de sus propios asuntos.

El dinero que gana en la ciudad fronteriza lo envía a su familia en Birmania, para educar a sus hermanos que viven en Mandalay. Aunque entró en la prostitución engañada, ahora acepta esta forma de vida, asegura. Pero su familia, insiste, no puede saber de dónde sale el dinero que envía a casa.

De repente, nos pide que salgamos de la habitación. Un cliente está a punto de llegar.

La verdad de su historia nos la cuenta más tarde. Fue su propia madre quien la vendió para ser prostituida en China. Ahora su destino depende de su capacidad para sobrevivir en el peligroso submundo de la frontera. Sueña con volver algún día a su casa y poder construir una nueva granja para su familia.

Historias como esta se ocurren una y otra vez en Ruili, una pequeña ciudad china a 16 kilómetros de la permeable frontera con Birmania. Es el inicio de la ruta del tráfico de heroína de China, y por donde entró el virus del sida en el país en 1989. El contrabando es habitual a todas horas del día. Los comerciantes que no quieren pasar por los puestos de control oficiales y pagar impuestos simplemente navegan unos cuantos kilómetros río abajo, en donde la policía está más dispuesta a mirar hacia el otro lado.

En esta frontera todo se mueve con relativa facilidad. Bienes mundanos como comida, ropa y aceite de cocinar pasan de un lado al otro. Pero también se transportan bienes ilícitos como armas y drogas.

Con el incremento del número de hombres chinos solteros en la última década también se ha producido un aumento de la demanda de una importación birmana muy concreta: mujeres. Algunas llegan a China de forma voluntaria, pero otras son engañadas y vendidas, y algunas ni siquiera saben que van a cruzar o han cruzado una frontera internacional. Muchas de esas birmanas son niñas.

Una organización de ayuda humanitaria de Birmania asegura que entre 2008 y 2009 se multiplicaron por cuatro los casos conocidos de tráfico de mujeres, que en su mayoría son chicas que son vendidas para contraer matrimonio. Aunque los grupos de activistas denuncian el incremento de estas prácticas, ni las autoridades chinas ni las birmanas facilitan datos fiables al respecto.

Al menos 10.000 mujeres de Birmania viven y trabajan en la zona de Ruili, en diferentes estatus legales. Muchas son sirvientas y niñeras. Otras muchas trabajan en el negocio del sexo. La ciudad fronteriza es un centro de prostitución, y las mujeres extranjeras se consideran exóticas y más baratas que las chinas. Los locales de prostitución se camuflan a veces como centros de masaje, pero en general el negocio del sexo apenas se disimula.

Las mujeres comenzaron a llegar de Birmania para cubrir el vacío creado por la política de hijo único del gobierno chino y la preferencia cultural por los hijos varones. En 2020 se calcula que habrá 35 millones de hombres chinos incapaces de encontrar pareja. Por este motivo hay cada vez más hombres solteros que se deciden a comprar una esposa en países más pobres como Birmania o Corea del Norte.

El gobierno chino se ha mantenido firme en su política de hijo único, pero los sociólogos oficiales comienzan a cuestionar públicamente el impacto de dicha medida. Según muchos de ellos, está claro que hay que hacer un cambio al respecto.

“La situación ha creado un mercado de matrimonios muy barato y muy fuerte”, dice Wang Yi, un sociólogo e investigador demográfico de la Academia China de Ciencias Sociales.
Mientras las prostitutas viven en la periferia, trabajando ilegalmente, muchas de las esposas “compradas” disfrutan de mejores condiciones.

El territorio en torno a Ruili está salpicado de pequeños pueblos en donde hay docenas de mujeres llegadas de Birmania. El precio medio por una esposa “de lo mejorcito” es de unos 50.000 yuanes (poco más de 5.000 euros).

A una hora de Ruili, en la aldea de Nongbie, más de la mitad de las esposas de las 100 familias que viven allí son nacidas en Birmania. Pocas están dispuestas a hablar, pero quienes lo hacen dicen que llegaron a China libremente.

Han Rui es la esposa del alcalde y habla de su matrimonio intercultural en el salón de su casa, mientras su hijo estudia el alfabeto chino y sostiene un bebé en el regazo. Dice que su matrimonio es un acuerdo que ha beneficiado a todo el mundo. Aunque no admite que haya escasez de mujeres chinas en la zona, ella y otras de sus vecinas se ríen cuando se les pregunta cómo conocieron a sus maridos, la mayor parte de ellos de etnia dai, culturalmente más próximos a los birmanos que a los chinos.

“Oh, simplemente nos conocimos”, dice una mujer. “En un festival”, añade otra, riéndose.

Las celestinas trabajan abiertamente en esta remota frontera. Pero como el negocio no está regulado a veces ocurren historias dramáticas. Hay mujeres birmanas que han sido apaleadas y asesinadas por sus maridos chinos. Las birmanas de la zona recuerdan un caso especialmente tremendo, el de una mujer que fue vendida a un anciano chino y que tras escapar de su casa se refugió en una comisaría de policía. Como no hablaba chino, la policía no la logró entender y al final la devolvió a casa de su marido, condenada a vivir un encarcelamiento virtual.

El tráfico de mujeres y niñas no está circunscrito únicamente a la frontera con Birmania. Más al oeste, también en la provincia de Yunnan, las mujeres son introducidas ilegalmente desde Vietnam y Laos. El problema afecta a toda la amplia frontera china. Las agencias internacionales que luchan contra estos delitos dicen que en China también hay tráfico ilegal de mujeres que llegan de Rusia, Mongolia y Ucrania. Las mujeres de los países más pobres son las que corren más riesgo, y el problema es mayor en la frontera con Corea del Norte, especialmente porque las norcoreanas, si son devueltas a su país se enfrentan a consecuencias terribles.

Irónicamente, China importa anualmente a miles de mujeres y niñas ilegalmente, las chinas más pobres son enviadas de contrabando a otros países.

En su informe de 2010 sobre tráfico de personas, el Departamento de Estado de EEUU califica a China de amenaza de segundo nivel, en parte por su incapacidad de aportar datos al respecto y también por no cumplir los tratados internacionales. El informe, difundido en junio, echa también la culpa de la situación al desequilibrio de géneros en el gigante asiático.

“A lo largo del año ha habido un aumento significativo del tráfico de ciudadanas vietnamitas y birmanas hacia China”, dice el informe. “Algunas víctimas son encerradas, y a muchas de ellas se les exige el pago de una deuda. Muchas norcoreanas que entran en China son obligadas a prostituirse o a trabajar como esclavas en matrimonios forzosos o en la industria del sexo por internet”.

Oficialmente China ha intensificado sus esfuerzos para combatir este comercio ilegal en sus fronteras, pero las organizaciones humanitarias dicen que el problema está creciendo. A medida que aumenta la escasez de mujeres chinas, el panorama se presenta cada vez más oscuro.

“Algunos expertos y ONG sugieren que el tráfico de personas ha aumentado por la disparidad económica y por los efectos de las políticas de planificación familiar, y que la escasez de mujeres casaderas alimenta la demanda de mujeres secuestradas, especialmente en las zonas rurales”, indica el Departamento de Estado de EEUU. “Si bien es difícil determinar si la tasa de nacimientos de hombres y mujeres, con más nacimientos de hombres, tiene relación con el tráfico de mujeres para contraer matrimonio, algunos expertos creen que se trata de un factor determinante”.

Sea como sea, las políticas y los programas gubernamentales no sirven de nada a las niñas y mujeres que son vendidas actualmente en China. Para ellas, la supervivencia es una prioridad, y los sueños se venden caros.

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